Científico indignado

Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.

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No engañan a nadie…

… aunque lo pretendan.

Estamos en campaña electoral, señores. Y se nota. No sólo porque hay inauguraciones, los políticos bajan de sus altas tribunas para mezclarse con la plebe, abrazan niños y estrechan manos. No. Sino también porque es época de promesas, de grandes palabras, de proyectos que compartir juntos. Es época de discursos épicos, de gestos y brindis.
Y es que se mezclan con la plebe a la que desprecian y abrazan niños y estrechan manos que les asquean. Es época de promesas vanas, de grandes palabras vacías, de proyectos que veremos, juntos, cómo se quedan en un cajón. De discursos con fallos épicos, de gestos inútiles y brindis al sol. ¿Que no os lo creéis? Pues os traigo un ejemplo: José Antonio Pérez Tapias.

Y ése, ¿quién es?


¿Cómo? ¿No lo conocéis? Bueno, eso quizá es porque realmente no es nadie. Pero lo cierto es que el nombre os sonará. Si os suena es porque se presentó a la elección como Secretario General del PSOE que se celebró en julio de 2014. Esa que ganó Pdrschz… Bueno, y si estudias en la Universidad de Granada, igual lo conoces porque es el decano de la facultad de Filosofía y Letras. 
Pero, ¿por qué este personaje merece un post en un blog como este? Bueno, pues, básicamente, por el mismo motivo que en su día lo mereció Sánchez-Dragó. Que podemos resumir en que padece un Dunning-Kruger que podría competir con su propio ego. Y con el de Sánchez-Dragó también. Vamos, que es otro sabihondo de sofá y panfleto que cree saber algo y en realidad no tiene ni puta idea de nada. Ni siquiera de filosofía, a pesar de decir que la enseña. Porque la colección de falacias que se mandó fue de campeonato.
Cuéntanos más
Todo empezó cuando el señor Tapias, en un alarde de ignorancia y analfabetismo científico se largó esta bobada tamaño Sagrada Familia:

Por si lo borra, que dada la honestidad intelectual del señor Tapias, me parece más que probable:

A mí, que el señor Tapias esté en contra de los transgénicos me parece muy bien. Todo el mundo tiene derecho a tener su opinión. Pero lo que sí que me da mucho por culo es que nos desee a los que defendemos la transgénesis cualquier mal de esos que él se imagina que producen los transgénicos. Eso es de ser mala gente.

Claro que, cuando se tienen las evidencias en la mano, como me pasa a mí, estaría más que encantado de irme a vivir al lado de donde se cultiven y a que me regalen a diario kilos de harina hecha con trigo apto para celíacos, arroz dorado o naranjas con β-caroteno. Νο tendría problema alguno. Es más, varias veces a la semana (últimamente casi a diario) me tomo una buena ración de boniatos. ¿Que no son transgénicos? Os equivocáis gravemente, porque los boniatos son transgénicos.

Seguramente, alguno podrá decirme que son «transgénicos naturales». Claro. Y nosotros sembramos plátanos, trigo o maíz naturales. Naturales del todo.

¿Qué problema hay con los transgénicos?

Pues ninguno. Realmente no hay ninguno. El ser humano lleva domesticando seres vivos desde la prehistoria. Ha utilizado la ingeniería genética desde el neolítico seleccionando variedades y cruces que producían plantas más vigorosas, más productivas e incluso más decorativas para su propio provecho. Ahora, la diferencia es que hemos conseguido domesticar las moléculas que conseguían esto.
¿Y para qué, si ya se podía hacer antes mediante cruces? Muy sencillo: para poder ser mucho más específicos. En los cruces entre variedades pueden acabar por pasar genes que son indeseables en el producto final. Conseguir variedades por irradiación puede echar a perder la variedad de la que procede el producto final. Pero con la transgénesis podemos cortar exactamente lo que queremos y pegarlo exactamente donde queremos. Tomemos el caso del arroz dorado, un arroz que expresa β-caroteno. Podemos extraer los genes de, por ejemplo, una zanahoria y ponérselos al arroz, de forma que ése arroz exprese los genes responsables de la producción del β-caroteno y lo acumule.
Esto es un transgénico. Esto y nada más. Un organismo que posee los genes de otro que pueda servir de interés para su explotación por el ser humano. ¿Pero sólo hay transgénicos de este tipo? No. Por ejemplo, @VaryIngweion, en su blog Curiosa Biología, nos presentaba la biorremediación con transgénicos. Tampoco se quedó atrás @bioamara, que nos dedicó no uno ni dos sino tres posts aclarándonos que es la biofortificación. Además, os adjunto una imagen de transgénicos que hay en desarrollo, gracias a @DanielNorero:
Bueno, entonces, ¿por qué el señor Tapias dice bobadas?
Pues, básicamente, porque no tiene ni puta idea de lo que dice. Pero no porque nadie le haya explicado las cosas ni haya intentado explicárselas, ojo. Cientos de personas en twitter intentamos explicarle lo equivocado que estaba. Para muestra, los tuits en los que yo lo intenté:

Hasta en once ocasiones le insistí con las evidencias. Si alguien se pregunta en cuántas de ellas contestó, el número es cero. Cero.

Entonces, ¿cómo un profesor de filosofía sigue afirmando en falso?
Eso vais a tener que preguntárselo a él. Aunque yo tengo mi propia hipótesis.

Pero para eso voy a tener que recordaros un post que ya dediqué a otra panda de políticos con ideas absurdas sobre los transgénicos. Como en aquel caso, al señor Tapias la evidencia le da exactamente igual. Ya os he mostrado cómo se la he pasado varias veces. Entonces, ¿cuál es su intención?

Su intención, según él, es el debate político sobre los transgénicos agroindustriales (sean lo que sean). Sin embargo, ¿cuál es el debate? Pues el que también os he explicado en este mismo blog, hace ya cinco meses: que equipara los transgénicos con Monsanto. Y, aunque he intentado que el señor Tapias intentara aprender a distinguir (como podéis ver en los enlaces), ni se ha tomado la molestia en distinguir una cosa de otra. Lejos de eso, nos acusó de acosarle, de hacer lobby (varias veces), de apoyar el TTIP, de defender los transgénicos por ideología (varias veces), de dogmatismo (lo de cientificista roza el ridículo, lea a José Cervera sobre el particular), de vendernos… hasta de insultarle. Pero ninguna de esas cosas pudo demostrarlas. Mintió deliberadamente, tiró de falacias de autoridad (falsa, además -¿Greenpeace, en serio?-), apoyó falacias ad ignorantiam, acudió al verdadero escocés… ¡hasta la de Galileo! Incluso hasta retuiteó cosas que no se había leído.

Pero nada de lo que el señor Tapias dijo, mencionó o, hay que decirlo, escupió, pudo demostrarlo. Ni una sola evidencia al respecto, ni una única referencia de verdad a que los transgénicos fueran dañinos o nocivos. Todo mitos, como el envenenamiento de campesinos. Lo que fuera. Se pegaba a lo que fuera.

Pero de leer la evidencia, nada de nada. De informarse, tampoco.  De hecho, alabó a los que apoyaron abiertamente sus hombres de paja, ad hominem y demás falacias. Incluso ofendió a todo el que pilló por medio con este tuit:

Lo curioso de todo el asunto, es que conforme iba transcurriendo el tiempo, sus tuits iban siempre encaminados hacia el mismo sentido: los intereses ocultos, espurios, de quienes criticábamos sus afirmaciones. ¿Será este un caso al que pueda aplicarse aquello de «cree el ladrón que todos son de su condición»? Yo, sinceramente, espero que no. Pero mi opinión es más bien afirmativa. ¿Por qué?

Podéis encontrar la explicación en la entradilla de este post: las elecciones. Se acercan. Inexorables. Y la cosa está tan justa, tan apretada y tan cambiante que amarrar votos es indispensable. Y dado el batacazo que algunos de sus rivales más directos se han pegado en las catalanas, hay que buscar el voto pseudoecologista como sea. Aún a costa de su reputación. ¿Qué más le da a él, si ya tiene el culo caliente y el estómago lleno? Sinceramente, y a la vista de lo que os relato, a mí me parece (y es mi opinión personal) que está haciendo el papel de tonto útil.

Y es que después de todo esto, no ha presentado ni una sola evidencia que apoye lo que dice. Ni que los transgénicos son dañinos. Ni de que los que le criticamos estamos vendidos. Y esto a mí, a mí precisamente, me duele muchísimo. Porque por culpa de gente corta de miras como él el sistema de I+D de este país se ha ido al guano y yo me he quedado en el paro. Y sin posibilidades de trabajar, cuanto más tiempo pasa. Así que no me hable a mí de intereses y enséñeme en qué apoya sus argumentos.

Lo que pasa es que no los espero. Ya no. Ha llegado al punto en que se ha convertido en su propio Poe. Es indistinguible de su propia caricatura. Pero eso no es lo peor.

Lo peor es que luego se llenarán la boca de promesas, de potenciar la I+D, de facilitar el trabajo científico en este nuestro país, de crear agencias que sirvan para coordinar nuestro trabajo, de no dejar que los cerebros se fuguen y rescatar a los que se fueron. Pero luego nos ponen trabas, nos engañan y hasta nos ningunean. Y como uno ya está harto, señor Tapias, no va a dejarse engañar más.

Así que deje de llenarse la boca con apoyo a la I+D, de respeto a los científicos, de admiración por la labor investigadora. Cuando en los últimos días lo único que ha demostrado es desprecio por la ciencia, por quienes la hacemos aún en condiciones deplorables y por quienes se esfuerzan en hacerla llegar a todo el mundo de forma comprensible. Pero desde la atalaya de su púlpito inconquistable, desde la soberbia intelectual que le da su posición, es imposible que razone. Máxime cuando al verse acorralado por la evidencia, y para no salir de su posición ridícula, dice lo siguiente:

Se olvidará, supongo, porque no quiero pensar mal del señor Pérez Tapias, que en la agricultura no industrial también se usan agrotóxicos y que los transgénicos en eso no se distinguen de sus variedades isogénicas (en el uso, digo). Digo más, transgénicos como el maíz BT, que ya lleva incorporado su propio insecticida, reducen el impacto de los agrotóxicos, como él los llama, al no tener que usar ningún compuesto que acabe con las molestas plagas que lo echan a perder. Las variedades resistentes a sequía reducen la necesidad de agua, reduciendo también el impacto ambiental. Los transgénicos también consiguen este tipo de cosas.

Ayer lo hablaba con algunos amigos por twitter. Quizá esté confundiendo cosas. Quizá esté confundiendo la adición del glifosato, de muy baja toxicidad, con la rotenona (que se ha llegado a utilizar para inducir parkinsonismo en modelos animales) que se ha estado utilizando hasta hace nada en la agricultura mal llamada ecológica. O igual, si leéis esta última fuente, se refiera a los compuestos de cobre que autoriza el reglamento, sin saber que el cobre es bastante más tóxico. Quizá le dé miedo que la clasificación IARC haya metido al glifosato en la categoría 2A, pero entonces no entiendo cómo es que no pide la supresión de la profesión de peluquero, que está en la misma categoría.

No sé, no llego a entender que se encierre en según qué chorradas. Si lo que quiere es un control sobre los trangénicos, enhorabuena, esos controles ya existen y son mucho más exhaustivos que los que pasan los isogénicos. Si lo que quiere es un control sobre las empresas, genial, también existe legislación al respecto. Y si lo que quiere es un control absoluto sobre los transgénicos, su producción y su implantación lo tiene fácil: aumentar la inversión en I+D pública, de forma que todos los transgénicos producidos sean de titularidad pública. Y ahí podrá decidir plenamente sobre ellos.

Problema y solución

Un ignorante más o menos apenas es un problema. El problema es la cantidad de gente a la que llega. La cantidad de indecisos que oirán su voz y, dándole una autoridad que no tiene, le creerán, le seguirán y, como él, cerrarán los ojos para no ver más. También tengo ejemplos de esta gente. Uno que dijo conocerle, pero no ser su colega; querer debatir en serio, pero no presentar evidencias. Y tras pegarse un tiro en el pie, aportando un estudio que demuestra la seguridad de los transgénicos, se despidió, todo ofendido, por señalarle su analfabetismo científico diciéndose insultado pero llamando fantasmas a los demás. 
Gente como esta, que apoya las bobadas de unos u otros (no necesariamente del que nos ocupa, pero también) será la que luego esparza la basura y la haga llegar a todos los rincones, importándole poco o muy poco lo que podamos hacer o dejar de hacer.
Sin embargo, no podemos desfallecer. No podemos dejar de mostrar la evidencia. Puede parecer que no sirve de nada. Pero id a esta entrada y ved su último comentario. Esta muchacha, tras un debate en twitter y tras haber leído exactamente las mismas evidencias que se le presentaron al señor Tapias cambió su opinión. Se dio cuenta de cómo la habían engañado. Y se dio cuenta de hasta qué punto estaba equivocada. Desde aquí, mi admiración y reconocimiento más sincero. A mí me ha enseñado que lo que hacemos sí sirve para algo. Me ha enseñado que la labor que hacemos quienes nos negamos a aceptar lo que dice una personalidad, quien sea, no vale nada. Absolutamente nada. Que lo que vale es la evidencia que acumulamos. 
Es hora de redoblar esfuerzos. De presentar batalla sin desfallecer. Es hora de mostrarles que no nos van a volver a engañar. Somos el escudo que protege los reinos de los hombres. Y si no dejamos que los engañen los homeópatas, los vendedores de flores de Bach o los osteópatas, tampoco podemos dejar que los engañen los politicastros.
Y es tiempo de elecciones. Todo vale por los votos. Hasta mentir miserablemente.

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Hablar sólo para conseguir votos.

Hace unos días, una formación política de las nuevas, que tanta esperanza traen para algunos y tantos fans tienen, publicaban una chorrada sobre declarar Madrid zona libre de transgénicos. Muchos ya se pusieron en contra y pusieron en su sitio a dicha formación, demostrando por qué mienten y dándoles argumentos de por qué se equivocan. No voy a ahondar más sobre ése tema porque, como veis, otros lo han hecho mucho mejor que yo. Sin embargo, lejos de dar marcha atrás, lejos de recular y reconocer que se equivocan para corregir, lo que hecho es convocar una asamblea para «debatir» (léase aceptar a ciegas lo que ellos digan) y «discutir» (léase hacer caso omiso a la evidencia científica). Pues es con este comunicado con el que me voy a meter en harina.

NOTA: este artículo no se escribe bajo ninguna ideología. El que haya sido Ahora Madrid quien lo haya provocado no cambia nada en absoluto y lo habría escrito igual si la propuesta viniera desde cualquier otra formación, institució u organismo. Absteneos de volver a acusarme de cosas que no son ciertas.

Habla chucho, que no te escucho

Cuando uno se pasa la ciencia por el forro pasan estas cosas. Ya hace unos días publiqué algunas impresiones en twitter donde comentaba, por encima, todos los fallos que tenía su primer comunicado. En este segundo, reculan con lo evidente (normal, la comunidad científica saltó a la yugular, como era de esperar). Sin embargo, siguen en sus trece y, menospreciando la evidencia científica, dejan fuera de su «prohibición» la investigación y el uso médico, claro, como si eso fuera lo que la comunidad científica estaba reclamando. La evidencia, por lo tanto, les da igual. Lo único que quieren con esta salida al paso es evitar perder votos por los dos lados: los troglopijos imbéciles con el estómago lleno y el culo caliente y los de la comunidad científica que lleva diez días dándoles zapatillazos en los morros.

¿Por qué? Pues vamos a verlo. Dice el comunicado:

La declaración de Zonas Libres de Transgénicos no pretende denostar este tipo de uso [1], sino el uso no confinado, en el que se propagan OMG al medio.

Sin embargo, el profesor Nicolia, en su metanálisis de 1783 estudios ya pone en claro que cualquier problema que puedan imaginar para el medio ambiente está única y exclusivamente en su imaginación. Y en la de Ecologistas en Acción, ya que usan un «informe» (añadid vosotros las comillas que queráis, aquí sólo pongo un par por estética) suyo para dar validez a su afirmación. Si no queréis leer el metanálisis de Nicolia porque leer en inglés es algo para lo que no tenéis disposición, aquí os lo dejan muy clarito y en castellano. Visto lo cual, parece ser que han preferido, entiendo, obviar este metanálisis exhaustivo para seguir manteniendo sus bobadas cazavotos. Pero sigue diciendo el artículo:

Que alimentos modificados genéticamente llevan años siendo consumidos sin haber provocado daños para la salud de las personas es una afirmación sin respaldo científico: al no existir estudios post-comercialización no se han podido observar las diferencias entre las poblaciones expuestas y no expuestas.

Que vuelve a ser otra mentira. Sobre todo porque el boniato, sí, el boniato, es un transgénico natural. Y lleva cultivándose la friolera de 8000 años. ¿Alguien aún tiene alguna duda de que los transgénicos no son peligrosos y de que no hay estudios a largo plazo de sus efectos? Pues que pregunten en Sudamérica, a ver. Pero si aún así no os convencéis, además tengo este estúpido estudio que analiza los últimos 28 años de alimentación con transgénicos de un total de cien mil millones de animales sin que se produzca ningún problema en ellos.

Continúan:

lo que es más grave, es la propia empresa solicitante (o un laboratorio asociado) quien realiza los ensayos y luego envía los datos a la autoridad competente (en la UE, la EFSA), que simplemente los revisa.

Algo que, vistos los estudios que os enlazo más arriba es totalmente falso, puesto que los realizan organismos independientes. Siguen el párrafo añadiendo mierda sobre la EFSA, que no voy a comentar, puesto que sólo me interesa la parte científica. Y a esa parte viene este otro documento de la Unión Europea dando evidencia de que los transgénicos y OMG no suponen ningún peligro. Eso sí, de la destitución de la Asesora Jefe de Ciencia e Investigación de la Unión Europea, no mencionan nada.

Una parte importante de los cultivos modificados genéticamente requieren la utilización de un agrotóxico denominado glifosato, que la OMS ha declarado recientemente como “posiblemente carcinogénico” 

Nada que objetar a esto. Oh, espera… sí tengo algo que objetar… que la clasificación IARC tiene el mate caliente (página 20, 9ª entrada) y la profesión de peluquero (página 17, 5ª entrada) incluídas en la misma categoría que el glifosato. Pero no oigo pedir la supresión y eliminación del mate ni de los peluqueros. Por no mencionar que el glifosato se usa habitualmente como herbicida en parques y jardines. ¿Eliminamos también los parques y jardines? Acudir al miedo para mantener una posición anticientífica es de traca.

En el caso de los cultivos Bt, los insecticidas neonicotinoides impregnados en la semilla están presentes posteriormente en la planta y resultan nocivos para los insectos beneficiosos, un impacto que, aunque común a otros cultivos convencionales, no suele tenerse en cuenta a la hora de cuantificar el pesticida utilizado

Mienten otra vez. Los cultivos BT poseen un transgén de la bacteria Bacillus thuringiensis, que produce una proteína, la CRY, que tiene efectos insecticidas. ¿Para qué iba a necesitar insecticida una planta que no lo necesita? Una cosa es engañar. Otra, mentir descaradamente.

Es cierto que muchos de los problemas para el medio ambiente que el cultivo de OMG presenta son versiones agravadas de los que ya ocasionaban métodos de la agricultura convencional (aparición masiva de malas hierbas resistentes a herbicidas, aparición de plagas resistentes, plagas secundarias, etc).

¿Versiones agravadas? ¿Dónde están los estudios que demuestran esto? Unos cultivos que necesitan MENOS herbicida, MENOS insecticidas y MENOS plaguicidas, lo que causarán será justo lo contrario. Y si la propia planta produce sus propios insecticidas y es resistente a ciertos plaguicidas y herbicidas, el uso de estos «agrotóxicos» se reducirá y, por lo tanto, la exposición de plagas, malas hierbas e insectos a los mismos. Si se reduce el contacto, el desarrollo de resistencias no será masiva, sino más bien al contrario.

 Por esta razón, desde el ecologismo

Sentimos decirlo, pero el ecologismo es una ideología, no una ciencia. Y es una ideología que abusa de una ciencia, la ecología, para pervertir los objetivos de esta y conseguir metas ideológicas. El ecologismo, bien entendido, puede ser una bendición. Pero, en este caso, se equivocan. Y mucho.

Este es el caso de la aparición de plagas resistentes a las toxinas Bt, que restan efectividad a una de las mejores armas de último recurso de las que disponían los agricultores ecológicos. 

¿Qué arma? ¿Las toxinas BT? ¡Si son las mismas que usan los transgénicos BT! ¿Dónde está el problema? Porque, ¿crean resistencias cuando son transgénicas y no cuando se las usa en la agricultura ecológica? Porque, y teniendo en cuenta que llevan usándolas más tiempo, que necesitan mayores cantidades totales para alcanzar la dosis efectiva, mayores exposiciones y mayores difusiones para evitar la dispersión por viento y lluvia del producto, la hipótesis más plausible es que las resistencias las esté creando su uso en la agricultura ecológica y no en los cultivos transgénicos. El tratamiento de dispersión de la bacteria o su toxina por el ambiente origina una mayor presencia, concentración y contacto con los organismos sensibles, lo que produce un aumento de la presión selectiva sobre las poblaciones. Y más presión selectiva implica mayores probabilidades y velocidad de adquirir resistencia. Que, además, me pregunto yo, ¿puede usarse en agricultura ecológica pero no si está dentro de un transgénico?

 El uso de transgénicos en la agricultura también afecta a la biodiversidad. 

Claro. Introducir una planta con un rasgo nuevo aumenta la biodiversidad. Nada que añadir.

 El desarrollo y mejora de semillas transgénicas supone un elevado costo para los laboratorios (según una consultora estadounidense, 136 millones de dólares por rasgo), por lo que sólo resulta rentable producir unas pocas variedades para todo el mundo, insuficientes para adaptarse a la gran variabilidad de condiciones existentes sin la utilización de agroquímicos. 

Ajá. Entiendo entonces que los alimentos biofortificados, los alimentos mejorados o los transgénicos usados para biorremediación también se quedan fuera de Madrid por el miedo. O por los votos, claro. Igual es que piensan que la deficiencia en vitamina A, la celiaquía o la biorremediación son minucias que no merecen atención. O que todos los transgénicos dependen de los agroquímicos. O que añadir resistencias a inundaciones, sequías y altas temperaturas no son rasgos interesantes que añadir a las plantas. Dicho esto, toda la argumentación posterior, sobra.

En Ahora Madrid nos acogemos al principio de precaución que lejos de paralizarnos nos lleva a investigar, a escuchar todas las voces y a tomar decisiones. 

El principio de precaución se aplica a cosas que se ha demostrado que pueden suponer un riesgo. En cuanto a los transgénicos y tal como hemos ido enlazando poco a poco en este post, está claro que dicho riesgo NO EXISTE. Y que, lejos de escuchar todas las voces sólo escuchan a las que les interesa, dejando de lado las voces expertas que les muestran, una y otra vez que están cometiendo un error. Porque, señores de Ahora Madrid, la evidencia científica no se somete a votación. La ciencia, desgraciadamente, no es democrática. Y, al no serlo, toda su propuesta de debate es absurda y estúpida.

Ignorancia, divino tesoro

Se le olvida a Ahora Madrid que los resultados científicos no se votan. Y, hasta ahora, no existe un único estudio que muestre que los transgénicos puedan suponer un problema de salud o ambiental que exija su prohibición o eliminación. Por eso, esto:

También pensamos que la experimentación y los ensayos que tienen que ver con la transgenia deben ir acompañados con un debate ético y moral de toda la sociedad que en muchos de los avances producidos no se está dando y que requiere un esfuerzo por parte de la comunidad científica que, desde Ahora Madrid, queremos potenciar y acercar.

no es más que un brindis al sol. No es más que una red en la que pescar votitos. Y no hay más. En la comunidad científica no existe debate alguno sobre la seguridad de los transgénicos. Todos los resultados muestran que son seguros y que no existe problema alguno. Llevamos más de treinta años usándolos y no hemos encontrado ningún dato que indique que lo haya. Y los resultados científicos no admiten votación.

La ciencia no es democrática. Da igual lo que votes y cuánto votes, no se va a desactivar la gravedad por mucho que tus ciudadanos voten convertir un municipio en zona libre de gravedad. No van a salir flotando por muchas reuniones, meetings, debates y votaciones que celebres. Pues con los transgénicos pasa lo mismo: ni todas las votaciones del mundo cambiarán que son seguros. Y declarar Madrid Zona Libre de Transgénicos, sin tener potestad política ni legislativa ya es una estupidez gorda como para, además, provocar una votación para declarar proscritos los avances conseguidos mediante la biotecnología y que podrían beneficiar a los agricultores madrileños. Cuando esa votación no va a cambiar que lo son.

Así que, señores de Ahora Madrid, si quieren seguir haciendo el ridículo, háganlo. Pero dejen a los transgénicos de lado. Este comunicado lo único que ha hecho es añadir, si cabe, más bochorno al anterior, pues antes era unaposición de transgénicos no absoluta. Ahora, al enterarse de la metedura de pata, reculan, pero sólo un poquito. Sólo porque culpan a las empresas que venden transgénicos. Pero eso, como cuento aquí no es más que otro argumento tramposo para arrimar votitos a su urna.

Porque, votantes confiados, desengañaos: no hacen esto porque les importe la realidad. Lo hacen porque lo único que les interesa es poner el culo en un escaño durante cuatro años.

PD: ante los comentarios (ofensivos, insultantes y amenazantes, por lo que no van a aparecer) de diversos personajes, que han llegado a acusarme de provocar genocidios animales, he decidido retocar un párrafo al que su absurdo cherry-picking se agarraba cual clavo ardiendo. En concreto, este:

En todo caso, serán los agricultores ecológicos los que han restado efectividad a los transgénicos al haber abusado de ellas.

La frase ha sido cambiada para evitar nuevas incursiones en el pedregoso terreno de las amenazas de muerte. Gracias a Vary Ingweion por su inestimable colaboración en la reescritura del párrafo.

Aprender a distinguir

Argumento inválido

El otro día, en una discusión por Facebook sobre el tema de los transgénicos, me di cuenta de que hay muchísima gente que confunde las cosas. Mucha gente, entre ellos el que suscribe, se ha matado y dejado la piel para dejar claro qué son los transgénicos, cómo funcionan y de qué manera se utilizan. Sin embargo, las posiciones de los detractores se enrocan y sólo quieren oír hablar de una cosa: Monsanto. Todo lo demás da exactamente igual. Así, sólo quieren hablar de prácticas, de aspectos sociales, de agricultores oprimidos y suicidios, de sentencias judiciales… pero ni hablar de la técnica, del producto y de los estudios que apoyan y evidencian la idea de que, efectivamente, los transgénicos son seguros.

En principio no iba a escribir sobre este tema, porque ya lo han hecho otros antes que yo y de mucho mejor manera. Pero después de un cruce de mensajes por la red social Twitter con Guillermo Peris, me di cuenta de que, a pesar del pedazo de post que se marcó el blog Ciencias y cosas y de todas las explicaciones que da, las cosas siguen sin estar nada claras. Quizá, precisamente, por la enorme cantidad de cosas que explica y que, dada la capacidad de compresión de algunos antitransgénicos, puede ser demasiado sin que les explote el hipocampo. Los datos están ahí, no vamos a ahondar en ellos, si acaso enlazar alguno como más interesante. Lo que me interesa a mí es llamar la atención sobre el fallo principal de su argumentación. Porque fallos tienen muchos, pero el principal es el siguiente:
Los transgénicos son las empresas que los producen.
Podría señalar que el silogismo es falso, quedarme tan ancho y vía. Pero como no estamos aquí para eso, hay que ir poco a poco. Comenzando por explicar qué es un transgénico. Ya, ya sé que muchos lo han explicado antes que yo, de muchas maneras, más fáciles, más difíciles. Pero igual hace falta algo más de contundencia. Que no digo que nadie lo haya hecho, pero igual hace falta más. Así que allá voy. ¿Preparados? Venga:
Un transgénico es un ser vivo al que se le han añadido uno o varios genes que son propios de otro ser vivo.
¿Veis que fácil? Sí, se le pueden añadir un mogollón de cosas para explicarlo mejor, limitarlo, mejorarlo, determinarlo y concretarlo. Sin ninguna duda. Pero cuantas más cosas le añadamos, es posible que más liemos al lector. Y si encima tenemos a un lector predispuesto a creerse cualquier memez, perderá el interés en la explicación, su neurona se perderá en la primera coma y cualquier cambio que hayamos podido conseguir en su retorcido proceso mental se habrá diluido en dicho proceso, con lo que lo único que obtendremos será, una vez más, el mismo resultado: transgénicos = Monsanto. 
Así que vamos a quedarnos con la explicación sencilla que doy más arriba y no nos perdamos en discusiones estériles que no van a cambiar lo que es un transgénico en esencia. Dicho esto, leyendo la definición de lo que es un transgénico, ¿podría alguien, que sepa leer mejor que yo, claro, decirme en qué parte pone que los transgénicos sean empresas, sean Monsanto o den cáncer? Seguramente, y aunque no seáis mejores lectores que yo, no lo encontraréis. Pero no, no os asustéis, eso no quiere decir que seáis bobos o no sepáis leer. Todo lo contrario. Básicamente, porque los transgénicos no son Monsanto, no son cualquier otra empresa y tampoco dan cáncer.
Si alguien piensa en refutar la última aseveración con una frase que incluya «Seralini» en ella, que se dé un puntito en la boca. Que ya va siendo hora de que aprendáis que lo que hizo Seralini fue cometer un fraude, no advertir nada. Y no, su republicación no solucionó ninguno de los problemas cuestionados. Visto esto, vamos además a añadir que el análisis exhaustivo de la literatura científica, disponible de forma pública y recopilada desde el año 1983 hasta el año 2011 (28 años), que reúne hasta un total de cien mil millones de individuos en el análisis completo, encuentra que el consumo de pienso y productos transgénicos por parte de las especies ganaderas no produce ningún tipo de problema ni alimentario ni de salud. Incluso la durísima Unión Europea, que tan contraria ha sido al cultivo de transgénicos, tiene en su poder un informe que deja bien claro que sus temores son infundados. Así pues, ¿me enseñáis esos estudios en los que demostráis que el uso de transgénicos y su consumo producen cáncer? O cualquier otro problema de salud, como autismo, Alzheimer o cualquier otro problema grave de salud que podáis inventaros para mantener vuestra religión del miedo, vaya… 
No os preocupéis, no os haré pasar por ese trance. Ya sé que no existen, así que no vais a poder dármelos. Y no, los artículos publicados por blogs conspiranoicos y periódicos ridículos (y entra cualquiera que ejerza el periodismo gilipollas) no me valen como fuentes. Es más, tampoco me valen las sentencias chorras. Un ejemplo es la sentencia de la Unión Europea por contaminación de una miel con polen del maíz MON810. Esto, evidentemente, es la nota de prensa de un medio, pero si lo que dice la sentencia es lo que ponen ahí, a mí me gustaría saber cómo saben que la miel se ha contaminado con polen del maíz transgénico en cuestión. Si alguien lo sabe, por favor, que me lo explique.
También alguno podría esgrimir el rollo de que los transgénicos producen daño al medio ambiente. Afortunadamente, el profesor Nicolia ya respondió a este asunto en su metaanálisis, en el que reunió la evidencia mostrada por 1783 estudios públicos. Por supuesto, podría detenerme en desgranar este estudio también, pero como también lo han hecho por mí, baste con decir que el análisis ya demuestra que tal riesgo no existe y que es otro invento para fomentar el rechazo a una tecnología nueva.
¿Es esto todo lo que tienen en contra los transgénicos? Posiblemente sean las únicas razones que podríamos considerar válidas en la argumentación contra su uso. Porque, realmente, son las únicas que se pueden sostener mediante algún tipo de prueba que les reste validez a la utilización como transgénicos. Sin embargo, y dado que todas las pruebas indican que los problemas expuestos por los detractores de los transgénicos son falsos y se han demostrado falsos, hay que inventarse algún clavo ardiendo ridículo al que agarrarse y seguir rechazando una tecnología que les da cosas tan banales y tan poco cotidianas como los billetes de euro. O la insulina para los diabéticos. 
Que digo que sin billetes de euro podemos vivir, pero a un diabético lo de quitarle la insulina no le va a sentar demasiado bien.
Entre esos clavos ardiendo se encuentran, como decíamos antes, el agarrarse a Monsanto, que debe ser el mal en bote. Se les ha acusado de usurpar la soberanía alimentaria de los países, de provocar suicidios, de esclavizar la producción agraria, de provocar suicidios a agricultores y de obligarlos a plantar transgénicos. Eso sí, hasta ahora, como se muestra en el enlace, ninguno de ellos ha conseguido demostrar que Monsanto (ni, dicho sea de paso, ninguna otra empresa que los produzca) ha cometido los horribles crímenes que ellos dicen que ha cometido. Ninguna. 
Sin embargo, Monsanto es una especie de demonio contra el que es lícito ir. Me refiero a que es una empresa y las empresas, desde la base, son malvadas. Y sus prácticas, por lo tanto, son reprobables, deleznables, antiéticas… Pero resulta que pagan para taparlas y nadie, salvo ecolojetas y conspiranoicos, lo sabe. Salvando la falsedad de argumento, y remarcando que en las prácticas de Monsanto me la traen floja, me gustaría que me explicaran cómo es posible que una empresa como Monsanto haya conseguido, mediante conspiraciones, sobornos, pagos a científicos y demás, tapar todas esas malas prácticas que nos pondrían a todos inmediatamente en su contra cuando ni siquiera las grandes petroleras han conseguido acallar las evidencias del cambio climático, tal como expresan en esta página.
Es más, vamos a señalar que, ni aunque Monsanto la hubiera fundado Hitler y hubiera matado a Juan Pablo I y al Dalai Lama en la misma semana, los transgénicos tendrían algún problema. ¿Por qué? Volvamos a la definición que hemos puesto anteriormente. Os la pego para que no tengáis que hacer scroll hacia arriba, que sé que a algunos, que no queráis entender esto, os costará:

Un transgénico es un ser vivo al que se le ha añadido uno o varios genes que son propios de otro ser vivo.

Y vuelvo a repetir la pregunta. ¿Son Monsanto los transgénicos? Es más, ¿son Bayer Crop Science, Syngenta, BASF… los transgénicos? No, no me vengáis con chorradas y mierdas. Leeos la puñetera definición. ¿Son las empresas o incluso los organismos públicos que los producen los transgénicos? No. ¿Verdad que no? Entonces, ¿por qué insistís en que los transgénicos son satánicos, malvados y roncan porque Monsanto/Syngenta/BASF? Podéis creerlo si queréis, pero no engañéis a nadie con vuestro pseudoargumento. Y, por supuesto, no insultéis a la inteligencia de nadie intentando colarlo.
Voy a ir más allá porque vosotros vais más allá. Monsanto pudo haber inventado el agente naranja, el gas mostaza o el palo de selfies, pero que lo haya hecho, no significa que los transgénicos sean nocivos, causen cáncer o vayan a extinguir ninguna especie autóctona. Tampoco significa que los transgénicos que comercializan, por mucho que curen el Alzheimer, el cáncer o las almorranas borren el mal que hayan hecho antes, ojo. Lo que quiero decir con esto es que lo que haya hecho una empresa o esté haciendo o vaya a hacer no significa que sus productos sean el hijo del anticristo y haya que odiarlos como si fueran ese vecino que deja caer una dosis de metano intracorporal cuando subís juntos en el ascensor. No. Vamos a empezar a considerar las cosas por lo que son.
Monsanto puede ser el mal. No lo niego. Monsanto puede haber hundido la Atlántida si queréis. Pero eso no les resta validez ni utilidad a los transgénicos. Ni mucho menos. Ni al tomate púrpura contra el cáncer, ni al trigo apto para celiacos, ni al arroz dorado, ni a las naranjas con β-caroteno. Ni mucho menos. A ver si distinguimos las cosas de una puñetera vez: Monsanto es una empresa; los transgénicos son seres vivos. Si somos capaces de distinguir los productos ecológicos (je) de Whole Foods o el café de Starbucks, ¿por qué nos cuesta tanto distinguir los transgénicos de Monsanto? ¿Es que Monsanto no tiene otros productos? Pues mira por dónde, también vende semillas ecológicas. Y Greenpeace hasta las vendía. Ahora ya no, claro. Se ve que ponerles en evidencia no les ha sentado nada bien.
Cuando se dice «todos los rojos comen niños», en seguida hay quien salta a decir «eh, a ver si distinguimos». Cuando alguien comenta «en los partidos de izquierdas no hay más que magufos», salen muchos que no lo son. Cuando alguien menciona que «todos los funcionarios son vagos», siempre hay quien dice que no todos lo son. «A ver si distinguimos», se suele decir. Y eso, exactamente eso, es lo que yo digo con este tema: a ver si distinguimos. A ver si distinguimos entre la empresa y los transgénicos. A ver si distinguimos entre prácticas abusivas y tecnología. A ver si distinguimos. Porque a las empresas, como todos sabemos, lo único que les interesa es ganar dinero y algunas utilizarán métodos más éticos y otras menos, pero ya sabemos cuál es su meta. A los transgénicos no. 
Hay quien esgrime el maluso de las tecnologías para ilustrar la maldad que esconden los transgénicos. Es bastante habitual el mencionar el uso bélico de diversas tecnologías para intentar darle una pátina negativa a dichos transgénicos. Sin embargo, hay que tener muy claro que, hasta la fecha, ningún transgénico se ha utilizado con el objetivo de dañar o matar a nadie, al contrario que otras muchas tecnologías. Hasta ahora, los transgénicos se han utilizado para beneficio humano y se están desarrollando en ese sentido: cultivos resistentes a sequías, inundaciones, plagas o pesticidas (como el famoso maíz BT); alimentos modificados para beneficiar a los consumidores de los mismos (como el tomate contra el cáncer, el arroz dorado o la naranja que mencionábamos antes); organismos para producir medicinas (como la insulina para los transgénicos, el suero contra el ébola o anticuerpos frente al VIH); y todos los especímenes, tanto procariotas como eucariotas, tanto unicelulares como pluricelulares que se utilizan a diario en experimentación, como ciertas líneas celulares y cepas de roedores. ¿Podéis mencionar algún caso de maluso de la tecnología transgénica, tal como se hizo, por ejemplo, con la energía nuclear al crear la bomba atómica? Aquí lo espero.
Así que, si hay algún problema, algún hipotético problema, es que una empresa saque rédito de una tecnología tan beneficiosa y con tantísimo potencial: cultivos con más producción, menor uso de pesticidas, mayor resistencia a sequías, producción de principios activos para medicamentos… El potencial a explotar es tan enorme que cualquier empresa que desarrolle un transgénico con un beneficio antes que otra, le pisará el terreno y le comerá el nicho de negocio durante el tiempo que dure la patente. Y el rendimiento económico que dicha empresa generará con este organismo transgénico será tanto mayor cuanto mayor sea el beneficio que arroje. ¿Os imagináis una empresa que patente una patata que produzca un fármaco eficaz contra el Alzheimer?
Pero incluso aunque las empresas abusaran de su posición dominante en el mercado de los transgénicos, los estados pueden imponer regulaciones frente a esas prácticas abusivas. Es fácil: si tal y como los antitransgénicos vocean, Monsanto no permite a los agricultores volver a sembrar semillas transgénicas si no se las compran, es tan fácil como imponer una norma que permita al agricultor sacar su propia simiente de entre su cosecha. Se pueden establecer distancias mínimas entre los cultivos convencionales y los transgénicos para evitar contaminaciones (si es que existiera alguna, que ya hemos visto que es altamente improbable). Las posibilidades son tan numerosas como las de los propios transgénicos. Pero eso incluye pensar, y ya sabemos que a estos terroristas, no se les da nada bien. Si el problema son los beneficios que obtienen las empresas, la solución es bien sencilla: limitar la investigación privada sobre el tema y promocionar, primar y potenciar la investigación pública en el tema. Así evitaríamos otro caso como el del trigo apto para celíacos, que ha habido que vender a una empresa que, en lugar de abaratar los costes de los productos sin gluten, lo multiplicará, puesto que habrá que importar la harina y no producirla aquí. 
Porque mucho llenarse la boca con la agricultura sostenible y ecológica, pero luego obligan a obtener productos que podrían beneficiar al conjunto de la sociedad con un gasto mucho mayor al coste que supondría tenerlos in situ.
Tienen muy claro que, si lo permitieran, el chollo se les acabaría. Porque subirse al carro del negocio del miedo es muy sencillo. Pero buscar un carretero honesto, ya no tanto.

El miedo como herramienta

Es muy curioso que de un tiempo a esta parte se haya ido corriendo el bulo de que existen alimentos que nos perjudican. Sobre todo, alimentos que llevamos consumiendo siglos y, sin embargo, no nos hemos extinguido. Es el caso de los cinco venenos blancos que se llevan publicitando como tales durante los últimos años: la sal, el azúcarla harina, el arroz y la leche. No me voy a meter en si lo son o no, porque eso lo hace mucho mejor que yo gominolasdepetroleo en la serie dedicada a estos alimentos en su blog, comparando sus versiones procesadas con las versiones sin procesar, con un rigor que ya nos gustaría a muchos. Pero lo que sí voy a hacer es llamar la atención sobre lo peligroso que es esparcir y fomentar el mito. Así que, con su permiso, voy a hablar del último elemento de la serie: la leche.


Antes de empezar a hablar, quiero que tengáis presente esta imagen en todo momento:

Leche con chorradas

Ya podéis imaginar que esta persona no tiene ni puñetera idea de lo que está diciendo. Pero ni puñetera idea. Como he dicho antes, a la cuestión de si es un veneno o no lo es contestarán otros, pero lo que no se me puede escapar a mí, es la cantidad de memeces que dice esta… iba a llamarla persona, pero creo que alguien que es incapaz de entender las cosas y esparcir semejante cantidad de basura sin comprobar, no es merecedora de tal nombre. Porque no, no fue capaz de dar una sola respuesta a las insistentes peticiones de evidencias por parte de varios de los que leímos la sarta de chorradas que habéis visto arriba. 

Sinceramente, cualquiera que tenga las suficientes neuronas como para no cagarse encima cuando escribe, se puede dar cuenta de que todos y cada uno de los puntos que va señalando son basura. No menciona estudios, ni referencias, ni nada de nada. Que sí, que es twitter y que en 140 caracteres no cabe mucho, pero si vas a decir algo que es ridículo, al menos podrías tener la decencia de citar dónde has leído lo que estás diciendo o cómo has llegado a tal conclusión. Y teniendo en cuenta que vas a poner chorricientos posts sobre el tema, podrías añadir las referencias. Por ejemplo, en el punto 2, donde dice que el IGF-1 está relacionado con el crecimiento de tumores, es cierto. Si bien queda por aclarar si la leche de vaca lleva tal factor de crecimiento, ojo. Sin embargo, no es menos cierto que el IGF-1 ha demostrado tener cierta capacidad para tratar algunas alteraciones observadas en un modelo animal de enfermedad de Alzheimer
Visto esto, es fácil saber qué técnica ha seguido esta persona para afirmar semejante barbaridad. Y voy a hacer lo mismo: la leche lleva IGF-1, que previene el Alzheimer y por lo tanto, tomarla es bueno para combatir la enfermedad. ¿Veis qué fácil es afirmar cosas sin sentido tergiversando lo que dice el texto? Mariló Montero es experta. ¿Recordáis su lío con el limón? Pues es básicamente lo mismo. Se cogen un par de afirmaciones, se colocan juntas et voilà, la leche produce cáncer. Algo que, como podéis suponer, es otra mentira como un piano, tal como explica Centinel en su blog, en estos dos posts indispensables.
Pero pseudoafirmaciones aparte, lo que más me indigna de esta historia no es que dijera memeces sin sentido, no. Lo que más me molesta es que lo hiciera para promocionar un modo de vida, el vegano, que no todos tenemos por qué aceptar. Gilipollez del «lenguaje neutre» aparte, por supuesto.
Y es que esta persona ha caído en el mismo juego que cayeron los ecoterroristas que acosaron a J. M. Mulet en Argentina durante la presentación de Comer sin miedo. No, no me refiero a las amenazas de muerte, no. Ni mucho menos. Me refiero a la amenaza del miedo, a esa infusión de terror a la que se han acostumbrado a llevar a cabo para conseguir sus propios fines. Y es entonces cuando todo vale: amenazar con trastornos ginecológicos, fomentar la psicosis con el cáncer como arma arrojadiza, apoyarse en la memez de la acidificación como causa de tumores, aumentar el terror al autismo… Todo. Casi no hay carro pseudocientífico al que no se suba con tal de denunciar lo malo que es la leche. Incluso utilizando los absurdos neutros acabados en «e», tales como niñes y adultes (obviando que, en castellano, el masculino tiene función de neutro; uy, perdón por ser heteropatriarcal y opresor por recordarlo) para culminar el grado de estupidez al que es capaz de llegar. 
¿Era su intención informar de alguna verdad acerca del consumo de leche? No, hombre no… eso realmente da igual. ¡Si se ha inventado el resto de polladas! Lo que realmente quería este ser era defender a los veganos (perdón, les veganes), que viven oprimiditos porque no pueden soportar que los demás queramos seguir una dieta omnívora. Como veis, la argumentación, las pruebas en sí, dan exactamente igual, todo lo que importa es defender el estilo de vida vegano por encima de todos los demás. Seguramente porque es el que ella sigue, porque le gusten los peluches o porque realmente tenga algún problema ético con el hecho de consumir animales.
En el último caso, respeto su decisión de no consumir productos de origen animal, faltaría más. Es una opción tan respetable como cualquier otra. Exactamente igual que la mía de importar desde Cobos, un pueblo de Segovia, varios kilos de chorizo, lomo de orza, torreznos, salchichón y otros derivados cárnicos de ese noble animal que es el cerdo. O tan poco respetable, vaya. Pero puedo entender perfectamente que una persona, en su código ético, tenga el no matar animales, ni siquiera para alimentarse de ellos, porque sufren. A esta gente, sin embargo, cabe recordarles que las plantas, aunque no lo muestren de forma evidente, también sufren al ser depredadas y reaccionan frente a los estímulos nocivos. Cabe también recordarles que los animales también sufren con su modo de vida, puesto que el cultivo destruye hábitats de animales, acabando con las poblaciones de los mismos. Y son gente que entenderán estos argumentos como argumentos válidos, pero contra la ética de cada uno, impuesta por cada uno, a veces hay muy poco que hacer, y se plegarán a su exigencia autoimpuesta. Algo que me parece coherente aunque no lo comparta.
Sin embargo, en el tema que nos ocupa, me temo que lo que tenemos es a una persona que le gustan los peluches. La persona que elige el veganismo en conciencia, porque realmente tiene alguna consideración ética, no necesita mentir ni lanzarse a la estupidez crónica para convencer a nadie o dar argumentos del por qué de su elección. Sin embargo, esta persona ha elegido la técnica del engaño, embaucando a la gente que quisiera leerla aumentando su miedo a un producto de origen animal como es la leche. Producto que, como ya he mencionado anteriormente, llevamos consumiendo durante generaciones y que de ser tan pernicioso, ya habría acabado con nosotros (o nos habríamos dado cuenta de que nos hace mal y lo habríamos eliminado de nuestras dietas). Sin embargo, los seres humanos nos hemos adaptado, hemos evolucionado para tomar leche y salvo que tengas una intolerancia genética a la lactosa, no hay ningún problema en tener un consumo normal (con todos los matices que requiere esta palabra) de leche. Su único objetivo no es denunciar un hecho o una característica, dar la alarma sobre un mal consumo o advertir de la toxicidad de la leche, no.
Su único objetivo es imponer el veganismo porque sí. Ellos son los buenos, son los estupendos, los que estarán sanos… Pero están criminalizados, todo el mundo les llama terroristas, todo el mundo se ríe de ellos… Pobrecites, están oprimides… Y por eso usa el absurdo neutro, claro… para solidarizarse con otros oprimidos y dar una imagen de compromiso con la sociedad, ese compromiso tan buenrollero y maravilloso que infecta nuestra sociedad de hoy en día. Queda muy bien posicionarse en contra del maltrato animal, y puesto que la causa es buena, el llevarla al extremo es perdonable. E incluso es «seguible». ¿Acaso no véis el comentario de la persona que dice que hace que le salgan pechos a los niños? ¿De verdad alguien puede decir tamaña memez sin que se le caigan los ojos al decirla?
Hemos caído en el todo vale. Nuestra idea, nuestro estilo de vida es el único válido, es el que debe seguir todo el mundo. Y tal como hicieron los Papas, los Imanes y tantos y tantos líderes fanático-religiosos antes que ellos, no importa imponerlo por la fuerza, porque para eso es el mejor modo de vida que existe. Que se adapten los demás a lo que yo digo, que yo ya estoy aquí y a mí me será más cómodo. Sin embargo, la realidad insiste una y otra vez en arrojarnos contra el suelo de cara y darnos la hostia de nuestra vida. Las veces que haga falta. Y nos muestra, sin descanso, que cuando nos atrevemos a hacer afirmaciones a la ligera y a utilizar el miedo como herramienta para imponer una chorrada sin sentido, lo único que hemos hecho es causar un sufrimiento innecesario a nuestros semejantes, infligir un sufrimiento que no era debido a quienes nos rodean.
Y, cuando uno alardea de ser vegano, no tomar leche y demás por no causar sufrimiento a otros seres vivos, quizá debería recordar que el alarmismo infundado y el miedo vacío no es más que otra forma de provocar sufrimiento a otros seres vivos de los que suelen olvidarse por conveniencia.

Talibanes de la estupidez

Imagen libre de pseudociencia sobre transgénicos

La semana pasada, el amigo J. M. Mulet presentaba su libro Comer sin miedo en Argentina. En él, el bioquímico valenciano nos invita a reflexionar sobre si toda la publicidad y las chorradas buenrollistas que invaden la alimentación de un tiempo a esta parte, infundiéndonos el miedo con diversas enfermedades, tales como el cáncer, están justificadas o son solo una patochada para vendernos la modita ridícula de lo ecológico y lo natural. En él encontraremos una parte dedicada a los transgénicos, como no. Para cualquier persona inteligente con media meninge funcional, Comer sin miedo supone una lectura amena, entretenida y, sobre todo, didáctica. Sin embargo, existe una panda de descerebrados que amparados en su propia ignorancia, hacen de su estupidez un escudo y una bandera y envueltos en ella se dedicaron a reventar actos en los que participaba e incluso tuvo que sufrir amenazas de muerte.

El propio Mulet contaba su experiencia en su blog, que forma parte de Naukas, con su habitual buen talante y paciencia, algo que es de agradecer, ya que nos da una visión de primera mano de lo que pasó, siendo bastante desagradable de contar. No voy a ahondar más sobre la experiencia. Ya expresé mi apoyo al investigador por lo ocurrido y mi más absoluta repulsa por los hechos acaecidos. Pero no puedo resistirme a dar mi opinión sobre este tipo de activismo que traspasa la línea y se convierte en terrorismo.

Lo llamo terrorismo porque las acciones de estos personajes no pueden calificarse de otra manera. El activismo suele tener detrás alguna razón por la que actuar, algo en lo que apoyarse, pero estos talibanes del ecologismo no tienen ninguna, en absoluto. Sospecho que han pervertido la verdadera razón por la que protestar, llevándola al extremo, tergiversándola y convirtiendo el resultado en un dogma que debe ser aceptado por las buenas o impuesto por las malas. Para conseguir esto, la única arma que tienen es el miedo, un miedo inventado, un miedo absurdo que no puede ser producido por la falta de información, puesto que allí estaba el propio Mulet para explicarles las cosas en condiciones, pero no quisieron escucharle. Pero aunque no quisieran, podrían haber leído en internet informaciones tan intrascendentes como las de este artículo, que muestra cómo en cien mil millones de animales incluídos en diversos estudios no mostraron ningún tipo de problema con la alimentación transgénica en los 30 años que tiene ya esta tecnología. O este otro informe de la UE que recoge la evidencia acumulada durante los últimos 10 años de investigación en transgénicos realizada en Europa y que tampoco arroja ninguna evidencia negativa sobre esta tecnología. O este otro, realizado por Alessandro Nicolia y que llega a la misma conclusión.

Y, cuando no se tiene ningún arma, ningún argumento, lo único que queda es la violencia. Pero esto es a lo que lleva el creerse las memeces que alguien se inventa. Porque una de las instigadoras del acoso a Mulet, la señora Sofia Gatica, es capaz hasta de aceptar el fraude de Seralini, con tal de justificar la agresión y las amenazas al bioquímico.

Esto es típico de las religiones. Ya pasó con la Santa Inquisición en Europa y sobre todo en España. ¿Nadie recuerda a Torquemada? Pues quemaba y torturaba a todo aquel que iba en contra de su libro sagrado. Para esta señora, el documental «El Mundo según Monsanto» se ha convertido en una Biblia sobre la que jurar, una luz a la que seguir. A pesar de ser un documental lleno de mentiras. Y todo vale para desacreditar a alguien que te lleva la contraria: tirar por tierra su trabajo (en la opinión antes citada, «un trabajo serio y documentado», como si el de Mulet no lo fuera) o incluso su honestidad (cuando pide que Mulet debata «con científicos serios» de su país, como si Mulet no lo fuera).

Esta señora, como todos los antitransgénicos, dicho sea de paso, han encontrado a su demonio, Monsanto. Y todo lo que huela a él, es el mal absoluto. Tienen sus profetas, como Seralini, que publicó un artículo falseado conscientemente, para ganar notoriedad, y que ha sido ya desmentido ampliamente. Y se comportan como verdaderos talibanes, fanáticos ciegos incapaces de ver la realidad. Se olvidan, por tanto, de que no sólo Monsanto crea transgénicos. Que los hay libres de patente, como el famoso arroz dorado, que está siendo boicoteado por otros ecotalibanes. Pero a ellos no les importa.

A ellos, que el arroz dorado sea capaz de solucionar un problema que aqueja a millones de personas, les da exactamente igual. Les han condicionado a pensar que transgénico es lo mismo que Monsanto e inmediatamente reaccionan, como si fueran alérgicos, sin reflexionar siquiera qué es lo que están atacando. No lo entienden. Ni siquiera se esfuerzan en comprenderlo. Lo desechan como si fuera la peste. Se llenan la boca con expresiones grandilocuentes, como soberanía alimentaria, que ni siquiera llegan a entender o biodiversidad, que ni se molestan en averiguar qué significa. Las retuercen hasta que digan lo que ellos quieren que digan, olvidándose de su verdadero significado. Porque dentro de la soberanía alimentaria está el derecho a que cada país cultive aquello que alimente correctamente a su población. Pero se ve que cuando se trata de cultivar transgénicos, pierden ese derecho, apropiándoselo los ecolojetas y dándole el significado neohippie, trendy, cool y buenrollero de «cultivar lo que tengas, aunque te mueras de hambre, porque mola». No, ya sé que no tienen argumentos. Todo se reduce a sentimientos chupis y dulces mentiras, aderezadas con el miedo a las multinacionales y a la pérdida de independencia. Total, ¿qué más da que los niños se queden ciegos por un aporte incorrecto de vitamina A? Que coman zanahorias, pero que no se les ocurra plantar arroz dorado, que es transgénico y, en consecuencia malvado.

Puedo llegar a entender que las prácticas empresariales abusivas y nada éticas de Monsanto provoquen repulsa. Pero repulsa frente a Monsanto. Es como si yo le doy una patada en la boca a un anciano y automáticamente se empieza a odiar a todo el género masculino. A pesar de que quienes atendieran al anciano fueran también hombres, quienes me condenaran fueran hombres y quienes me hicieran cumplir mi castigo fueran hombres. A partir de ese momento, los hombres seríamos culpables de patear ancianos y no habría razonamiento ninguno que les hiciera cambiar de opinión frente al género masculino. Sí, Monsanto ha llevado a cabo unas prácticas que podrían ser censurables. Puedo estar y estoy de acuerdo. Pero esa no es razón para estar en contra de una tecnología que tiene mucho que ofrecer. Como ya he dicho alguna vez, esto se soluciona tomando las riendas de esta tecnología en manos públicas y hacer público el beneficio de la misma, no permitiendo que quede en manos privadas, como ha ocurrido con el trigo sin gluten que ha desarrollado un español.

Así que, desprovistos de argumentos y no pudiendo litigar con Monsanto, su único objetivo fue gritar, dar voces, hacerse patentes. Amenazar. Coaccionar a una persona, poniendo en peligro su integridad. No fueron a informar o a dar opinión ninguna. Sólo quisieron hacer callar, evitar que alguien formado pudiera dar información veraz y contrastada a la gente que los rodea. Quisieron, a toda costa, evitar que la gente de la que se nutren, de la que viven, a la que engañan miserablemente y adoctrinan para ser sus perros de presa, pudieran escuchar alguna razón que les hiciera dudar del dogma impuesto. Quisieron evitar que la verdad empapara a aquellos a quienes utilizan mientras ellos van acumulando dinero, fama y prestigio mal otorgados (la señora Sofía Gatica incluso se presenta a un cargo político, y seguro que estaba haciendo campaña) para poder seguir viviendo la vida padre a costa de la mentira y el engaño. Un punto más que tienen en común con la religión: a sus líderes se les da una vida regalada, la merezcan o no y debe ser así, deben ser preservados, para que sigan iluminándoles con su sabiduría. De los líderes no se duda. A los líderes se les adora y todo lo que dicen debe ser aceptado, a la fuerza si es necesario. Por eso, los líderes no pueden permitirse la disidencia que les haría descender a la tierra como los mentirosos que son: porque si llegaran a tener un núcleo que comenzara a cuestionarse las cosas que predican y se dieran cuenta de la mentira, perderían todos los privilegios y la vida cómoda que se han ido procurando a costa de la ignorancia, la inocencia y la confianza de la gente que les rodea.

Creo, sinceramente, que a esta gente le ha pasado lo que a Greenpeace. El motivo de su lucha probablemente sería noble en un principio. Pero tras años de hacerlo, éste se ha pervertido, se ha corrompido. Y se ha perdido el objetivo y el modo de hacerlo. Se han convertido en fanáticos, en ciegos, en agentes de la superstición y negadores de la razón. Y al hacer esto, han perdido toda la razón que podrían tener.

Reventar un acto en el que alguien puede informarte, en el que alguien puede enseñarte algo que tú no sabes es un acto ridículo, inútil, que no va a ir más allá de darte notoriedad. Pero cuando amenazas de muerte al ponente, convirtiéndote en una amenaza seria y real para su integridad física, estás pasando el límite y lo estás convirtiendo en un acto terrorista. Si tienes la razón de tu lado, no es necesario presentarse dando voces o intimidando al ponente. Basta con plantarte en el acto y debatir con él. Estoy seguro que Mulet no habría rehuido el debate y, si se le hubieran presentado pruebas suficientemente convincentes, legítimas y bien obtenidas (no, la bazofia de Seralini no es una prueba de nada), Mulet habría cambiado de opinión. Sin embargo, lo que tiene Mulet es una montaña de pruebas que le dan la razón, que le afianzan en su postura y que le mantienen firme en la realidad de que los transgénicos no suponen ningún peligro, incluyendo el uso de glifosato sobre ellos. Y, desde luego, los gritos, las bravatas y las agresiones no van a ser la herramienta que lo vayan a callar.

Si algo tiene la realidad es que es tozuda. Y, en este sentido, da igual que alguien vaya a reventar un acto de quien sea y diga lo que diga: la realidad se acabará imponiendo y sólo la evidencia será quien dé la razón a quien la tiene. Puedes dar una conferencia sobre cómo negar la ley de la gravedad te va a hacer flotar, pero por desgracia, no es algo que vayas a hacer por mucho que la niegues. Y gritar porque no te gusta la gravedad es como protestar porque la coliflor no sepa a chocolate. Aunque quizá esto último pueda arreglarse con la transgénesis.

Estoy seguro de que Mulet está triste. Pero no por no haber podido dar la charla, que esto, más que triste, habrá sido una decepcionante. Estoy seguro de que está triste por toda la gente que se desplazó con la intención de escucharle, de hablar con él y de que les aclarara las dudas que pudieran tener, incluso a aquellos que no estuvieran de acuerdo con sus afirmaciones. Porque los energúmenos que le obligaron a callar, por muy orgullosos que pudieran sentirse de haber provocado la suspensión del acto, lo único que han conseguido es quedar retratados como lo que son: unos talibanes equiparables a los del ISIS cuyo único objetivo es destruir el conocimiento para poder seguir viviendo del negocio religioso que se han montado.

Cuando tu única arma es el miedo, lo único que te queda es imponerlo con violencia.

La zanahoria del borrico

Llegan las elecciones y, los que me habéis leído, ya os habréis acostumbrado a una de mis coletillas: llegan las elecciones y los políticos se llenarán la boca de promesas sobre la ciencia. Y seguro que estáis al tanto de la promesa de Albert Rivera acerca de reinvertir lo que se gasta de sobra en el AVE en la investigación científica. Hasta aquí, parece hasta razonable: dinero que se gasta de sobra en una parte, trasladarlo a donde falta. Pero, ¿es tan bonito como lo pintaba el flamante candidato o es tan sólo la zanahoria con la que se intenta mover al borrico? Pues a decir de Diego Comín, que ha colaborado en la redacción de su programa, no. Y es que se deja llevar por uno de los cánceres de la visión española: la inmediatez.


Cuenta el señor Comín, en una entrevista digital que en España no inventamos nada ni adoptamos nuevas tecnologías. Su solución es, según sus palabras, que los científicos dediquemos buena parte de nuestros esfuerzos a solucionar los problemas que las empresas planteen. El economista relata que implantar una innovación, cuando no hay demanda, es gastar dinero para nada. Su propuesta, por lo tanto, es poner en contacto los centros públicos de investigación con las empresas para que estas les digan qué necesitan y los investigadores pongan todos sus esfuerzos en solucionar esas carencias que tienen las empresas. Se erige Comín en adalid de la investigación aplicada, negando dinero a quienes (y cito textualmente) se dediquen a mirar los océanos o las estrellas. Su objetivo con esto es resolver los problemas de forma rápida, eficiente y barata, potenciando los centros que se plieguen a estas condiciones porque son los que serán útiles para la sociedad.
¿A alguien más le parece que este personaje tiene muy poquita idea de cómo funciona la investigación?
Yo igual no soy un gran experto, ojo. Quizá llevar un par de décadas dedicándome a dar bandazos por laboratorios y universidades intentando ganarme la vida no me dé suficiente perspectiva para mirar el problema desde su ángulo, pero cada vez que vuelvo por alguno de los sitios donde he trabajado, aunque sea por saludar, o veo a algún colega en un Congreso, me encuentro con que los grupos, la gente, sigue trabajando en los mismos problemas, con otros enfoques, en puntos distintos, pero siempre en las mismas líneas. Un ejemplo: el laboratorio donde yo realicé mi tesis doctoral investigaba en las alteraciones del sistema somatostatinérgico cerebral en enfermedades neurodegenerativas. Hablando con mi director de tesis hace un par de semanas, siguen trabajando en las mismas líneas, pero ahora buscando distintos tipos celulares en los que se expresan unos receptores y otros, buscando qué tipo celular es el que hay que inhibir o estimular en enfermedades tales como el Alzheimer o la esclerosis múltiple, cambiando el target entre el sistema nervioso y el sistema inmune, el plegamiento de proteínas y demás.
Hace ya varios años que salí de allí, y las líneas siguen siendo vigentes.
Igual es que para Comín, el Alzheimer o la esclerosis múltiple no son un problema que resolver, pero para los enfermos que sufren estas patologías seguro que lo son. Sin embargo, con el planteamiento del economista colaborador de Ciudadanos, las investigaciones de mi director y amigo no deberían sufragarse. ¿Por qué? Pues básicamente porque no tienen una aplicación rápida, eficiente y barata. ¿Qué es lo que espera el señor Comín? ¿Que saquen alguna sustancia, lo que sea, que retrase el avance del Alzheimer de la forma que sea? Pues tengo una palabra para el señor Comín que le vendría muy bien: talidomida.
Me hace mucha gracia que este señor acuse a España de tener una visión cortoplacista, después de hacer él estas afirmaciones. Porque para poder obtener una financiación de la red que pretende crear, el trabajo de los centros que se adhieran a dicha red debe dar rendimientos de forma rápida. ¿Qué entiende el señor Comín por «rápido»? ¿Es lo mismo que entendemos por rápido en investigación? ¿O pretende acaso el señor Comín que salgan al mercado productos que luego den problemas? ¿Os imagináis qué podría ocurrir si se financia la producción de un medicamento contra el Alzheimer que luego produce cáncer cerebral o cirrosis hepática? ¿Os imagináis qué ocurriría si se financia la producción de un medicamento contra el cáncer que luego induzca Parkinson o esclerosis múltiple? ¿Os podéis imaginar el desastre que sería eso?
Dice el señor Comín que hay que identificar el problema y yo tengo el suyo identificado. Y es que parece que no tiene muy claro que la investigación aplicada sale de la investigación básica que es la que necesita más dinero y más acuciantemente.
Sé que no lo va a leer, pero ¿y si sí?, que dice el cómico. Así que voy a intentar darle un par de consejos al señor Comín, ya que él se permite hablar de mi trabajo como si lo conociera al dedillo.

Señor Comín, la investigación no es una carrera de velocidad, sino de fondo. Esto no quiere decir que no haya que ir rápido, sino que hay que dosificar e invertir bien. Pero invertir bien no significa únicamente invertir en lo que da dinero. Porque invertir en investigación aplicada si esta no tiene una base sobre la que trabajar sí sería tirar el dinero. Entiendo perfectamente que hay que sacar dinero de hasta de debajo de las piedras si es preciso, y que habrá que potenciar la investigación que produzca beneficios, pero incluso esta necesita conocimiento del que nutrirse si es que pretende llegar a alguna parte. Así que perder la mirada al océano o las estrellas es un error de bulto.
Como mucho cuñao que hay por ahí suelto, al señor Comín lo que le viene valiendo es la inmediatez. La visibilidad. Sin embargo, al señor Comín le convendría recordar que el GPS que lleva en su coche, móvil o lo que sea no habría llegado a desarrollarse si no fuera porque un día alguien puso su mirada en las estrellas para colocar allí el satélite que lo guía. Y pongo el ejemplo más obvio, pero gracias a la investigación astrofísica tenemos muchas de las comodidades que tenemos hoy. Estoy seguro de que el señor Comín habrá sido uno de los que puso el grito en el cielo cuando la sonda Philae se posó en el cometa preguntándose: ¿y por qué se ha gastado ese dineral en poner una lata en una roca a chiquiticientos millones de kilómetros?
Pues verá, señor Comín, eso se lo explicará mucho mejor el señor Daniel Marín en su post dedicado a Philae en Naukas, pero la conclusión que se puede sacar es exactamente lo mismo que le puedo decir yo: aunque usted ahora no lo note y no llegue a percibirlo, los beneficios de la Philae llegarán. Porque todos los datos recogidos nos llevarán a crear conocimiento nuevo que se aplicará en la creación de tecnología nueva. Pero sin ese paso previo de investigación básica, de recogida de datos, no vamos a ninguna parte.
Yo conozco mucho mejor el caso de la investigación biomédica. Estoy de acuerdo con usted en que la inversión en el desarrollo de moléculas que ataquen el cáncer, el Alzheimer o el Parkinson es primordial, pero para poder crear dichas moléculas y que tengan una efectividad superior hay que describir muy bien el cáncer, el Alzheimer y el Parkinson. Si no sabemos cuáles son los mecanismos subyacentes a las enfermedades no podemos atacarlas como es debido. Generaremos medicamentos capaces de retrasarlas y paliarlas, algo muy deseable, pero no estaremos acabando con ellas. Siempre pongo un ejemplo muy basto, pero que se entiende muy bien: la lejía mata a las células tumorales, pero a ningún oncólogo en condiciones se le ocurre tratar los tumores con lejía o administrar la lejía a sus pacientes. ¿Imagina, señor Comín, que al comprobar que la lejía mata las células cancerígenas nos hubiéramos dedicado a administrar lejía a los pacientes de cáncer y nos hubiéramos quedado ahí? ¿Se imagina el perjuicio que habría causado semejante necedad?
Las cosas, en investigación como en política, hay que hacerlas bien. Y créame, crear una red de investigación aplicada está muy bien. Pero negar la financiación a la investigación básica porque no genera dinero es el mayor error que podría cometer. Sin los pilares de la investigación básica, no se puede construir el edificio de la investigación aplicada. La investigación básica es la responsable de generar el conocimiento que sostendrá los avances de mañana y estos no serán posibles sin ella. Existe el mal endémico entre los políticos y economistas de que sólo es útil lo que da dinero. Pero se les olvida que lo útil no daría dinero si detrás de lo útil no hubiera un conocimiento que lo convierta en útil. ¿Trabalenguas? Quizá.
Así que quizá es mejor que se siga mirando a los océanos y a las estrellas. ¿Le suena Pharmamar? Mirando al océano pretendían encontrar moléculas con efectos antitumorales. ¿Y si encontraran lo que pretenden? Si dejamos de mirar a los océanos, el beneficio se lo llevarán otros. Y se trata de llevárnoslo nosotros.
Y la solución, sí, está en coordinar la investigación básica y la aplicada, en crear sinergias entre la financiación pública y la privada. Pero la solución que usted busca es darle el dinero público a la empresa privada, que se ahorrará el dinero de su propia I+D porque ese trabajo se lo hará el sector público. La solución es mejor que la actual (en que mucho del dinero público acaba en manos privadas), pero sigue siendo regalarle dinero y esfuerzo público a los sectores privados, que se ahorrarán costes. ¿Es que a nadie se le ha ocurrido que la solución está en dar ventajas fiscales a las empresas que financien investigaciones públicas relacionadas con su actividad? ¿A nadie se le ha ocurrido que la solución está en dar subvenciones públicas a la investigación pública y subvenciones de tipo crédito a la investigación privada? Soluciones hay muchas y muy variadas, por supuesto. Las hay para todos los gustos. Pero lo que no puede ser la solución es olvidarse de la investigación básica para centrarse en la aplicada, porque sin base sobre la que apoyarse, la investigación aplicada será inútil. Porque otros tendrán una base mejor y mayor y las aplicaciones que desarrollen también serán mejores, dejándonos obsoletos.
Le voy a recomendar un post del gran José Manuel López Nicolás, uno de los mejores divulgadores científicos de este país en el que demuestra, claramente, cómo la investigación básica de Seaborg, que descubrió un isótopo de yodo, salvó a su madre de un cáncer de tiroides. Sin el trabajo de investigación puramente básica, no tendríamos este tratamiento.
Así que antes de plantearse si hay una investigación útil, la que da dinero, y una investigación inútil, la que mira a los océanos o las estrellas, plantéese si existiría alguna investigación que dé dinero sin haber mirado antes a los océanos o las estrellas.
Gracias a José Luis Sampedro por sugerirme este tema a tratar, por el link de la noticia y por ser un seguidor tan entusiasta.

Los científicos no somos ONGs

Esta entrada es la que debería haber venido la semana pasada, que retrasamos por la publicación del artículo de JAMA sobre las vacunas, y aprovechamos para hacer una advertencia sobre lo peligrosos que son los antivacunas. Así que vamos a recuperarla y publicarla, porque también tiene su miga.
Comenzábamos diciendo que había tenido un par de experiencias curiosas con este tema anteriormente, pero que la semana pasada, a principios, había tenido una repetición de dichas experiencias. Caminando entre la gente, de compras para abastecer mi nevera, escuché el típico comentario: Claro, no se investiga, porque a los científicos no les interesa. Como no se llenan los bolsillos, pues que nos jodan a los demás. No, no hacía referencia a las farmacéuticas, esas malvadas explotadoras y aliadas de Satanás. No, se refería a los científicos, así en general.

Mi primera reacción fue volverme con los ojos llenos de fuego, dispuesto a ensartarle un par de buenos argumentos en el gañote, para que aprendiera a hablar y a hacer valoraciones de cuñao. Pero cuando me volví para hacerlo, algo me hizo click y me dije: Escribe un post. Así que me vine rumiándolo y llegué a la conclusión que da título a este texto: los científicos no somos ONGs. Ni tenemos que serlo.
Lo primero que yo no puedo entender es esa afirmacción de no les interesa porque no se llenan los bolsillos. ¿Alguno de vosotros, lectores que os dedicáis a la ciencia, se ha hecho rico investigando? ¿Alguno de vosotros ha podido dedicarse a gastar dinero a manos llenas con el fruto de vuestro trabajo? ¿Alguno de vosotros tiene la cuenta en las mismas cifras que Bárcenas, Trillo, Rato y demás? Porque, sinceramente, y después de estar tantísimo tiempo dedicado a esto de generar conocimiento, todavía mi cuenta corriente está temblando y jugueteando con el rojo cada mes. No vivo en una urbanización de lujo, ni siquiera en un bloque con ascensor. Ni tengo un McLaren aparcado en el garaje, sino que me tengo que mover en transporte público.
¿En base a qué se hace esta afirmación, pregunto?
Igual este señor pensaba que como científicos, nuestro talento y nuestro trabajo debería ser gratuito. Seguramente, haya oído este señor alguna reflexión que dijera que los científicos estamos al servicio de los demás, que nuestra vocación es de servir y no de gobernar. Y la reflexión es perfectamente correcta. Pero lo que debió entender este señor es que deberíamos de trabajar gratis. O por dos duros. Y por dos duros ya trabajamos, ojo. Pero, ¿por qué deberíamos hacerlo? Lo de trabajar gratis, digo.
Y es que hay gente que piensa que, como científicos, deberíamos regalar nuestro trabajo. Es gente que piensa que, como pasamos todo el día sentados, es fácil y no conlleva ninguna dificultad. Si se hubiera pasado algún día por el laboratorio cuando hacía mi doctorado, se habrían dado cuenta de lo falso que es esto. Sí, pasaba mucho tiempo sentado, leyendo, pipeteando, pasando datos. Pero cuando teníamos experimento, no parábamos quietos. ¿A alguno le suena eso de tener las ultracentrífugas en otra planta distinta a la que está trabajando? ¿O lo de tener que ir a otro edificio a poner los tubos a contar o a medir una placa o a revelar un blot? ¿Y lo de tener que ir a poner un experimento a contar en un edificio y tener que recoger la centrífuga en otro? Ojalá pudiéramos tener todo el equipamiento en nuestro laboratorio y nuestra planta, pero dada la escasa financiación con la que contamos, es un lujo. Y tenemos que comprar equipamientos entre tres o cuatro laboratorios juntos, con todo lo que ello conlleva: prisas, turnos, cambios rápidos para no solapar… es un estrés…
Eso, por no hablar de que tenemos que seguir formándonos eternamente. No paramos de leer, estudiar, asistir a congresos… y todo eso mientras seguimos trabajando. ¿Fines de semana? ¡Perfectos para divulgar! ¿Viajes en tren? ¡Escribe una review! ¿Tu pareja ha salido? ¡Lee ese paper tan interesante que salió el lunes pasado! No tenemos tiempo libre. Y siempre dándole a la cabeza, es un no parar. Ni cuando nos acostamos. ¿A quién no se le ha ocurrido la idea genial en el momento de plantar la oreja en la almohada? Porque ése es otro añadido: si el experimento del día no ha salido bien, no paramos de darle vueltas. Una y otra vez repasamos lo que hemos hecho, qué podría haber fallado, anotamos mentalmente los reactivos, las muestras, el material utilizado. Buscamos puntos donde podríamos haber relajado la atención. Una y otra vez. Hasta el hastío. Hasta dar con ello. Y si no damos, aceleramos el ritmo el día siguiente, hasta sacar el experimento fallido y el que ya teníamos programado adelante. No podemos parar.
No podemos parar porque no somos los únicos que trabajamos en un tema concreto. Y queremos ser quien dé con la clave del mismo. No podemos permitirnos llegar los segundos en esta carrera de fondo que es la investigación. Llevar décadas trabajando en un tema concreto y encontrarte que, al llegar a la meta, otro te ha adelantado por la derecha y está ya allí esperándote no es agradable. Tú has gastado cientos de miles de euros, has formado gente, te has formado tú, te has dejado las pestañas, los codos, el culo y la vida para llegar a esa meta antes que nadie lo haga. Así que no podemos permitirnos que nos sobrepase nadie. Y para eso, tenemos que trabajar no sólo sin descanso, sino a tiempo completo. Y teniendo ideas nuevas, que nos hagan llegar allí más rápido y con más seguridad. Porque no podemos seguir corriendo con un McLaren M14A teniendo el MP4/4; y usar el MP4/4 según para qué cosas, porque tenemos el MP4/24. Tenemos que inventar el MP4/30 y mejorarlo deprisa, porque se nos escapan los demás. Y tener en mente ya el MP4/31, que al año que viene tendremos que correr más.
Para conseguir todo esto sólo hay un camino: una formación exhaustiva y de calidad. Debemos conocer todo lo que podamos. Y cuanto más actual sea ese conocimiento, mejor. No hemos parado estudiar desde el primer día en que empezamos y muchos tenemos ya una edad. Llevamos más de treinta años con sed de conocimiento, con curiosidad por el universo y cómo funciona. Y no hemos parado, desde ese primer día, de tener esa curiosidad, de intentar satisfacerla. Y, sobre todo, de utilizar esa curiosidad para mejorar la vida de los demás.
¿De verdad, después de todo esto, de conocer cómo es en realidad nuestro trabajo, alguien puede pensar que nos pagan demasiado? Años de formación en los que no cobramos un duro. Cuando empezamos a cobrar, es bastante tarde comparado con otros. Y nunca cobramos un dineral. Siempre tenemos sueldos exiguos que no se corresponden ni a nuestras capacidades, ni a nuestra experiencia, ni a nuestros conocimientos. Trabajamos con sustancias verdaderamente peligrosas, con patógenos… No tenemos plus de peligrosidad. Y todo, por los demás.
Así que uno no puede menos que encabronarse cuando oye que a los científicos no nos interesa tal o cual porque no nos da dinero. O incluso cuando lo oye de las farmacéuticas. Sí, son negocios que sólo quieren hacer dinero y sus prácticas deberían ser mucho más éticas y transparentes, esto es algo deseable y cualquier empresa farmacéutica que no se acoja a unas prácticas transparentes y éticas debería ser condenada y señalada. Sin ninguna duda. Pero los científicos no somos ONGs. ¿Por qué deberíamos regalar nuestro trabajo? Igual es que hay alguien que lo regala. Pongamos el caso del señor que inspiró este post. Llevaba un mono en el que podía leerse claramente «Saneamientos». ¿Este señor cambia cañerías gratis? Espero y deseo que no. Nadie debería. Pero en cambio, para los científicos e investigadores eso cambia. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace pensar a la gente de a pie que los investigadores deberíamos regalar nuestro trabajo o cobrar menos?
Realmente soy incapaz de entender por qué. Algunos me han intentado poner razónes éticas. Esta gente piensa que, quienes nos dedicamos a la investigación biomédica, deberíamos investigar gratis o por poco dinero, para abaratar el coste final de las medicinas y las terapias (sí, a este nivel de cuñadismo hemos llegado), que así sería más fácil que llegaran. ¿Es que esta gente no se da cuenta de que a nosotros no nos regalan las cosas? Nosotros también tenemos que vivir. Y ojo que no estoy pidiendo vivir por encima de nadie. Sino vivir con un sueldo conforme al trabajo que desempeñamos y al conocimiento y preparación que hemos tenido que alcanzar para desempeñarlo.
Esto, hasta cierto punto, es perdonable. Esta gente apenas conoce nada de cómo se llega a un laboratorio, cómo se hace el trabajo, cómo trabajamos el día a día y lo duro que es tener una precariedad laboral permanente durante toda tu vida, sin poder establecerte por tu cuenta porque no hay apoyos… Pero lo que no se puede perdonar es que alguien, dentro de tu propia profesión, te lo diga. ¿No os lo creéis? Pues os voy a contar una anécdota.
Hace unos años trabajaba yo en un instituto puntero de investigación. En él, como en todas las instituciones públicas que se dedican a la generación de conocimiento, había investigadores de todos los grados: titulares, postdoctorales y predoctorales. Al llegar la crisis, los recortes en I+D se hicieron muy patentes y los colaboradores predoctorales empezaban a marcharse. Entended la situación: cuando uno llega a un laboratorio, llega a colaborar, durante un tiempo, hasta que saca un contrato. Gratis. Uno llega a poner su tiempo a disposición de un grupo de investigación para desarrollar su talento. Gratis. Y cuando uno lleva uno o dos años colaborando sin ganar un duro, trabajando lo mismo que un titular o un postdoctoral, si el dinero no llega, acaba marchándose. Porque hay que buscarse la vida. Pues el director de dicho centro envió un mail incendiario quejándose de que los colaboradores ya no tenían compromiso, no tenían vocación.
En aquel momento, desde mi posición de contratado, habiendo pasado por lo mismo que aquellos colaboradores que se marchaban, me sentí profundamente ofendido. Y sólo fui capaz de contestar: ¿Por qué tienen que regalar su trabajo?.
Somos investigadores. No somos ONGs. Nuestro trabajo vale. Pero se valora muy poco. Y mientras somos los segundos profesionales mejor valorados por la sociedad, somos los peor tratados por los que nos gobiernan. Quizá porque nuestra contribución, al contrario que la suya, sí es visible. Es útil. Mientras no tengamos los medios, nosotros, por mucho que queramos, no podemos seguir adelante. Y no es porque no queramos. Sino porque, desgraciadamente, también tenemos que mantener familias que dependen de nosotros.
Llega época de elecciones. Todos los partidos se llenarán la boca de potenciación, mejora, consolidación, etc., de la I+D. Pero luego, cuando llegue la hora de la verdad, las convocatorias del año 2015 se habrán perdido, como lágrimas en la lluvia. Mientras tanto, un enfermo nuevo languidecerá en su casa o en el hospital y tendremos que volver a escuchar: la culpa es de los investigadores, que no les sale rentable.

Idiotas ilustrados

Es curioso, muy curioso, cómo alguien que se autodenomina erudito, como es el caso del ínclito Fernando Sánchez Dragó, puede ser víctima de su propia estupidez, mostrando un ejemplo de Dunning-Kruger tan flamante y brillante como el que muestra en la publicación que podéis leer en la imagen adjunta. Si vais a la línea pequeñita que hay bajo su nombre, que le acredita como autor de semejante cagarro, veréis un enlace a su tienda online de mierdecitas variadas. Pero, regodeándose en su disonancia cognitiva, ha puesto mal la URL, dando muestras de su verdadera inteligencia.

Sánchez-Dragó vs. Ciencia
Se despacha a gusto el juntaletras (es opinión personal; he leído varios libros suyos y todos me parecen un montón de estiércol) y dice, cual Torquemada ante Abraham Leví (y aprovecho para declararme fan absoluto de la serie El Ministerio del Tiempo) que la religión es la de los otros, que son los otros los de la Inquisión. El ad hominem, esgrimido cual cachiporra, para colgar un sambenito a su oponente, que en este caso no es otro que la razón y la realidad científica. Dibuja al científico como un integrista, alguien apegado a una idea, a un dogma. Se apunta, desde una atalaya como La Razón, a llamar casta a todo aquello que no casa con su propia religión, adornando su argumentación con un conjunto de epítetos tan absurdos, ridículos y estúpidos como innecesarios. Pero claro, descubrimos, al leer su notilla, que él ha sido un incauto. Uno de tantos que se ha tragado el rollo de tantos y tantos charlatanes y vendedores de crecepelo. Que así los denomina, como él apunta, «que haya charlatanes y vendedores de supuestos crecepelos no significa que todos lo sean», atreviéndose a señalar a la iridología, la macrobiótica, el reiki y otros cuantos como pecadores, pero arropando bajo su capa de sapiencia y erudición vacías a las homeopatías, osteopatías y acupunturas. Lo que en román paladino viene a decir algo así como «que sí, que es el tonto, pero es del pueblo». Vamos, que los charlatanes son aquellos a los que yo no hago caso ni me adscribo, pero aquellos a cuyos remedios acudo no, esos son honestísimos y tienen las evidencias de su lado. A pesar de que no sea así, por supuesto. 
Y para terminar, y haciendo honor al viejo refrán que reza «consejos vendo, pero para mí no tengo», se atreve a aconsejar a su rival que «no sea tan integrista, que no expulse del templo a quienes no piensan como él, que no desprecie lo que ignora». 
Su rival, en este caso, no es otro que J. M. Mulet Salort, bioquímico y biotecnólogo, en respuesta a la publicación de su libro «Medicina sin engaños». Y al que el propio Sánchez Dragó se encarga de despreciar, vilipendiar y expulsar del templo, por no pensar como él, cual integrista. E ignorando lo que Mulet sabe o deja de saber. Es lo de la paja, la viga y el ojo ajeno, claro.
Pero vamos a explicarle al señor Sánchez Dragó que, por mucho que él practique o use la homeopatía, la osteopatía o la acupuntura o se tome 70 pastillas de humo diarias, eso no hace que funcionen. El caso de la homeopatía lo comentábamos esta misma semana en este propio blog a raíz del informe del NHMRC australiano que concluye que no, que no funciona. Está bien que este señor quiera gastarse su dinero en pijadas, pero flaco favor le hace a la realidad con sus declaraciones. Pero peor es el daño que le hace a la ciencia.
Ajeno a toda realidad, a todo conocimiento que no sea el que él quiera adquirir y difundir (y si no, eres un talibán), este señor caricaturiza a los científicos como tiranos recluídos en sus oscuras torres, cual Sauron en Mordor, atrincherados tras la protección de un hipotético stablishment, protegidos por espuertas de dinero que las malvadísimas farmacéuticas nos deben pagar para cantar todo el día sus alabanzas, cual Morgoth Bauglir encomendándole a su siervo hacer el mal por toda la Tierra Media.
Pero poco debe saber este zopenco ilustrado de cómo trabajamos los científicos. Más que ser los Sauron de esta historia, pagados por los Melkor de las grandes farmacéuticas, somos los hobbits. Trabajadores incansables, dedicados y cuidadosos, lentos para hacer las cosas, pero seguros. Haciendo grandes cosas olvidados por todos los poderes del mundo. Poderes que sólo se acuerdan de nosotros cuando pueden sacar tajada. Es entonces cuando se vuelven hacia nosotros, llorando lágrimas de cocodrilo, pero no para darnos la posibilidad de ayudarles sino para exigir que justifiquemos esas lágrimas. Nuestros recursos son limitadísimos. No tenemos las ingentes cantidades de dinero que su estómago lleno disfruta derrochando a manos llenas en pastillas inútiles y gilipollescas. El Gobierno nos deja sólo las migas que le sobran después de llenarse los bolsillos y de llenárselos a sus amigotes (que del canon AEDE quieren cobrar quienes le ponen a su disposición el púlpito desde el que imparte sus proclamas). Que, por otro lado, nos las lleva retrasando meses, puesto que las convocatorias siguen sin resolverse; o sin convocarse siquiera. 
Así que sería mucho mejor que el señor Sánchez Dragó cerrara el buzón antes de ponerse a criticar lo que no conoce. Porque las subvenciones no convierten algo en cierto, pero los resultados que se obtienen con ese dinero sí que muestran la verdad. La verdad comprobada, que no absoluta. Una verdad que podrá completarse o mejorarse con conocimiento nuevo. Parece olvidar el señor Sánchez Dragó que el mundo no es como lo concibimos a primera vista, que hay mucho más detrás de un fenómeno que nuestra simple visión del mismo. Y que esta visión del mismo no tiene por qué coincidir con la explicación real del fenómeno en sí. Peca, el señor Sánchez Dragó, de ser científicamente analfabeto. O, al menos, de ser científicamente novato, tal como explican en este artículo (que va sobre antivacunas, pero que puede aplicarse al caso de nuestro juntaletras; un agradecimiento especial para Víctor Ortiz por enlazármelo en primer lugar). Su conocimiento intuitivo le ha llevado a un sistema de creencias, un sistema religioso de fe, pero no a la determinación de si algo funciona o no, sobre todo como es este caso, contraviniendo lo que sabemos de física, química o biología.
Y, sobre todo, darse cuenta que lo nuestro, lo de hacer ciencia, no es por el dinero. Ni por la gloria. Sino por la propia ciencia. Por servicio público. Nos dedicamos a la ciencia por crear conocimiento nuevo, por entender un poquito mejor el mundo, por poder hacerlo un poquito mejor para los demás. Usted, que tiene el estómago lleno, el culo caliente y la cabeza cubierta porque un día alguien dijo que usted juntaba letras algo mejor que los demás no puede juzgar a nadie que se dedique a la ciencia. Porque usted sí depende de la opinión de quien le lee, pero la ciencia y los resultados que recoge no. Da igual si usted o cualquier otro patán letradamente inculto opina que la gravedad es opcional, que la informática funciona gracias a geniecillos o que la luna es una nave espacial extraterrestre. Lo que importa, lo que en ciencia realmente importa, es lo que se demuestra. Y para eso tenemos parámetros objetivos, instrumentos cada vez más exactos y un conocimiento cada vez más amplio. Y esto es objetivamente mejor y más completo cada vez que alguien da un paso, por pequeño que sea.
Que la ciencia no tiene dogmas debería ser obvio para alguien que se declara tan culto como usted. Pero a mí no me preocupa ser dogmático en este caso. No me preocupa ser un integrista. ¿Y por qué no me preocupa? Porque en este caso el dogma está en que, como he oído muchas veces a un maestro muy querido, «si me demuestras que lo que dices es cierto, lo aceptaré». Ese es el dogma de los integristas científicos, como usted nos llama. Así que, tras el libro de J. M. Mulet, la pelota está en su tejado, señor Sánchez Dragó. Es usted el que debe demostrar que sus chorradas buenrollistas tienen el efecto que usted reclama que tienen. Así funciona esto. Si va a prestarse al juego, préstese. Pero cumpla con las reglas. 
Su opinión, como la mía, vale exactamente media mierda, porque con las opiniones pasa como con los culos: todo el mundo tiene uno y piensa que el de los demás apesta. Sin embargo, si un medicamento es eficaz frente a una enfermedad demuestra que recupera los parámetros fisiológicos que dicha enfermedad altera. Y esto, por mucho que le pese, es algo que no es opinable, por mucho que a usted le gustara que lo fuera. Y su opinión no es demostración de nada. Como tampoco lo son su colección de metáforas, epítetos y adjetivos dedicados a alguien que invierte su tiempo, su valiosísimo tiempo, en comunicar a cenutrios como usted los resultados de la ciencia. Pero lo hace para que los legos los entiendan, no para que escupan sobre ellos sólo porque atentan contra su sistema de creencias particular. O peor, como parece ser su caso, porque no les interesa entenderlos.
Sus obras sólo serán buenas para quienes consideren que así lo sea, no porque objetivamente lo sean. Nosotros tenemos muy claro qué es buena ciencia y qué no; tenemos muy claro qué diseño experimental vale para demostrar nuestras hipótesis. Existen criterios objetivos para determinar que es así. Por el contrario, usted está sujeto a la voluble voluntad de sus lectores, que pueden encumbrarlo o hundirlo en la miseria dependiendo única y exclusivamente de sus gustos, aficiones y estados de ánimo. 
Y, por mucho que a usted le gustara, las medicinas alternativas ni funcionan ni funcionarán. Porque si lo hicieran, señor mío, no necesitarían apellidos.
Un polizón de la vida

«Escribiré lo que me apetezca, cuando me apetezca»

Susurros en la estepa

Cuentos que el viento susurra a oídos de un guerrero

Borregos Illuminati

Si es un disparate es muy posible que esté aquí

La última misión

Un Rev en el Lejano Oeste

Sinergia sin control

Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.

Twenty5 Racing (Pius Gassó)

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El Gran Circo sin el circo. Sólo F1.

Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.

gominolasdepetroleo

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Ese punto azul pálido (Pale Blue Dot)

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Curiosa Biología

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¿Qué Mal Puede Hacer?

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Tomates con genes

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La lista de la vergüenza

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El profe de Física

Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.

La Ciencia de Amara

Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.